Capítulo 1


Llevábamos cinco horas parados en la carretera.  La gente estaba histérica, la policía ya había disparado a unos cuantos, y aunque siempre pensé que eso me traumatizaría, realmente ni me inmuté,  porque lo que yo había visto en poco más de dos días había  sido peor que un certero disparo en la sien. Pese a que no estaba dispuesta a morir aún, una parte de mi cuerpo estaba gritando que me disparasen, aunque sus chillidos no se oían en el silencio del coche. "Dispararme, por lo que me pueda pasar"
No había que ser muy lista para darse cuenta de que aquí nadie sabia a donde ir, qué hacer. Hacía tiempo que no emitían noticias en Internet, ni en la radio. La única radiación que había, era el temor, el pánico de la gente ante la ignorancia de lo ocurrido. Eso y la tensión que había en mi coche, que siendo egoísta, era más incómoda que la gente pegándose fuera. Encendí el sencillo equipo de música que tenía en el coche y cerré los ojos. Estaba muy cansada. Hacía días que había perdido a mis padres, no sabía nada de mis amigos... Coño, ¡estaba asustada! Supongo que nadie está preparado para una situación así. La música paró y como un acto reflejo abrí los ojos.
-Vámonos- dijo Javier.
-¿Qué?
-¿Pretendes que nos quedemos en tu coche como si nada? -cogió la pistola de la guantera - ten, cógela. Cuando salgamos llevala en la mano, luego métela  en la mochila. 
La cogí. Lo cogí todo.
-Pero quítale el seguro por Dios...
Le miré, insinuando mi miedo...
Javier le quitó el seguro y salió. Con velocidad le acompañé.
La gente nos miraba raro. Yo, mirando a todos lados, seguía por el borde de la carretera  a un tranquilo Javier. Pese a que no lo conocía casi, no me apetecía quedarme más sola de lo que ya me encontraba, a sí que para variar, acataría las normas de un hombre. "Bien Anabel, estas apunto de morir y tú rompiendo tus principios... Cada día me sorprendes más". Nos acercamos a un tipo de mediana edad, muy bien vestido, atendiendo a las circunstancias, y Javier le golpeó, le cogió las llaves de la moto que tenía al lado y se subió.
-Vamos sube, no tengo todo el día bonita.
Guardé la pistola (no sin antes amenazar a los curiosos que estaban mirando la situación; me hacía ilusión) y me subí. Supongo que ninguna mujer se resistiría a subir a una moto con El Negro, y menos en una situación así... Ahora mismo era la envidia de todas las mujeres de  Valencia. Qué digo de Valencia, ¡de las de toda España! Por lo menos de todas aquellas  que continuaban 'vivas'.
  Tras arrancar, y el típico acelerón de niñato creído que intenta llamar la atención de todas las mujeres sobre la faz de la Tierra, Javier condució en sentido contrario, es decir, hacia donde habíamos venido. Pero en vez de coger la carretera plagada de gente, íbamos por la hierba, hasta pasar el control policial.  Puede que ni nos vieran porque por lo que vi, estaban lidiando contra un forzudo padre de familia. Además, tenían codas más importantes en las que pensar. Una manada de zombies, por ejemplo.
Carretera, carretera, carretera. 
Horas.
Se acabó la gasolina.